lunes, 5 de julio de 2010

Air Doll

Ese bloguero reconoce que no ha visto ningún trabajo previo de Hirozaku Koreeda, así que no puedo establecer los puntos en común con su obra previo a su último trabajo, Air Doll, una película arriesgada y bella, a partes iguales.

Air Doll comienza con una escena cotidiana para el protagonista, pero que para el espectador medio es un simulacro de cotidianidad. Esa misma escena, en la que un hombre se encuentra cenando con una muñeca hinchable a la que trata como si fuera real ya establece las constantes que va a seguir la película, pero la escena que realmente condensa las claves de la películas, tanto en la estética como en el fondo, se encuentra cuando la muñeca hinchable cobra vida.  Lo extraño, lo fantástico se integra como algo relativamente normal en la vida cotidiana.Describirla sería una pérdida de tiempo porque es preferible sentarse a disfrutarla.

Koreeda realiza un cuento de hadas que se construye entre la ingenuidad de la protagonista y la perversión que le rodea, una perversión que se revela producto de una soledad, una soledad colectiva como se encagará de subrayar la película por medio de unos secundarios que utiliza el director para representar un universo lleno de pérdidas, disfunciones y, sobre todo, carencias emocionales.

Pero lo más importante es como Koreeda lo representa: Un microcosmos donde los personajes se desarrollan y padecen el paso del tiempo, un tiempo y un espacio que nunca cambia para ellos: Siguen solos. Los planos generales tratan de representar un vacío que actúa como metáfora de la propia tesis de la película, y tratado con un poética bella y contemplativa gracias al cuidado de su director, que elabora imágenes y planos imborrables por su belleza y profundidad(La muñeca deshinchándose, el encuentro con el abuelo o el triste final).

Y una vez más, hace falta resaltar la inteligencia de su director que, de manera literal y simbólica, usa la historia de una muñeca hinchable que cobra vida como representación del vacío de lo humano en la sociedad actual, culpa de la cotidianidad y de la cultura, en la que lo más triste es que ni el amor puede ser una solución.